Tengo algo de quince años escribiéndole cartas a Papá Noel. La primera fue a los cinco, recuerdo que tuve que dictar mi ansiosa misiva a viva voz mientras mi madre adobaba un pavo que para esos tiempos debía estar más gordo que yo.
Mis peticiones divagaban entre unicornios y caleidoscopios, de esa carta solo pude conseguir el tubo contenido de varios espejos en ángulo y pedacitos de cristales irregulares; que hasta el día de hoy suelo nombrarlo como “mi muy mejor juguete favorito en el mundo entero”.Vale aclarar que este fascinante artilugio aún se encuentra dentro de mis posesiones mas preciadas. Sin embargo sigo esperando mi unicornio (con instrucciones de uso, tamaño real y sin pilas) aunque ya no valga la pena recordar las noches que pasé en vela remojando en lágrimas las esperanzas de tener entre mis brazos a mi tan esperado caballo con cuerno. Sepan señores que la desilusión a esa edad duele más que miccionar con piedras en el conducto urinario.
Es ahí donde se comienza a gestar mi pliego de reclamos hacia el barbudo regalón, pero como todos merecemos una segunda oportunidad, incluso “ese tal” Santa Claus, he decidido recordar mi segunda desilusión en torno a este asunto de las cartas.
Dos años después, cuando bordeaba los siete, proclamé mi deseo de tener una flamante bicicleta, eso era todo, no pedía nada más, mi carta fue escrita a puño y letra, corregida innumerables veces, grandiosamente decorada e incluso un regalo para el benefactor. Pero NO, la desilusión no entiende de esperanzas y simplemente no tardó en llegar destruyendo todo mi empeño e ilusiones.
Amanece veinticinco de diciembre y mis ojos no encuentran la bicicleta, pero como la inocencia aun rondaba por mi cabeza imaginé que Santa se podría demorar además con esa barrigota no se le puede pedir ser muy veloz. Veintiséis de diciembre, aun no existían rastros de la bicicleta por lo tanto sin perder la esperanza pensé que algún percance habría ocurrido con los renos. Veintisiete de diciembre y nada había llegado por lo tanto decidí preguntar si alguien había visto a un gordito con una bicicleta bajo el brazo, la respuesta fue negativa. Así fueron transcurriendo los días mientras mis sueños de independencia sobre una bicicleta se disolvieron. Pero como mi padre no podía dejar mi sonrisa en manos de un mal encargado Papá Noel un día no muy lejano a esa navidad llegó mi progenitor con una bicicleta nueva y toda para mí.
Después de esa navidad nada volvió a ser lo mismo, mi humor en esas fechas se tornaba impredecible, el vandalismo infantil se vio reflejado en mis ataques a cualquier idiota que se disfrazara de Papá Noel y sobre todo mis cartas cambiaron de tono. Es por eso que hoy decido escribir mi última carta a Santa con formato de reclamo. Adjunto carta.
Estimado Noel:
Desde ya te debes estar preguntando por qué obvie ponerte Papá en mi saludo, bueno te explico que si yo te llamara PAPÁ NOEL como todos, eso implicaría de alguna manera que tu eres mi padre putativo y por lo tanto Rodolfo, ese reno tan tuyo, seria mi encantadora y verdadera madrastra cosa a la que me niego rotundamente.
Ahora sí deja de sonrojarte porque ya TODOS conocemos tu sórdida historia con Rodolfito, también sabemos que no te basta con dejarle toda la carga laboral a la abnegada señora de Noel, mientras tu te vas de parranda por todo el mundo con los chupamedias de los renos, “según tú” a realizar tu trabajo ella se mata envolviendo regalos. Pobre señora de Noel además de hacer tu trabajo tiene que atender al fruto de tu escapaditas, 118 duendes (eres todo un semental ¡eh!).
Me imagino que a estas alturas ya te imaginarás quien es el que te escribe ¿verdad? Sí soy yo el que te escribe cada año para decirte las cosas como son y no me ando con pedidos e ilusiones porque si te acordarás hace buen tiempo ya que tu te encargaste de romper mis sueños. Haz un poquito de memoria, diciembre de 1988 te llego una cartita desde Perú pidiéndote un unicornio ¿Y? ¿Donde esta? A pesar de eso te perdone por el caleidoscopio que me enviaste, pero luego el veinticinco de diciembre de 1990 volviste a cometer el mismo error, te pedí una bicicleta (algo más real) cosa que jamás apareció.
Lo siento gordito ya no acepto disculpas y mucho menos excusas, no me vas a venir a decir que tienes un problema de logística, o que tu empresa aun no puede darse abasto con todos los pedidos, ¡No señor! Es sabido por todos nosotros que tú vienes traficando con ilusiones hace más de 1500 años. Además con toda la plata que tienes no me vas a decir que no puedes pagarte un MBA o contratar a alguien que vea por tu empresa.
Escúchame bien viejo barbudo, eso de dártela de millonario altruista ya nadie te la cree, es sabido por la mayoría que no es más que un snobismo de tu parte, a ver si te reformas un poquito y haces las cosas bien esta navidad. Deja de andar dando regalos a los niños por impresionar a las mamás que con ese trajecito rojo pareces un putete pasado de moda. Ve y cómprate un Armani, aféitate, anda al gimnasio, estudia una carrera tal vez después de eso la gente vuelva a respetarte.
Si después de haber leído mi carta te quedan ganas de seguir ejerciendo tu labor hagámonos un favor mutuamente y esta navidad no pases por mi casa que la voy a estar pasando muy bien sin pensar en ti.
PD: Se que usar post data ya no es chic pero me olvidaba de decirte que si te quieres reivindicar conmigo puedes mandarme el unicornio que tanto te pedí o crear un plan educacional masivo, gratuito y exitoso para los peruanos. Ya veras tú como te las arreglas.
¡Feliz Navidad gordito!
Atentamente
Ignacio Carrillo